Buscar este blog

Seguidores

Revelando el secreto de los colores de tu bandera


Hoy es 20 de junio de 2012. En mi país, Argentina, se recuerda la muerte de un prócer llamado Manuel Belgrano que eligió como bandera de un surgente país los colores celeste y blanco que por estos tiempos muestra en su diseño.

¿Por qué un país, un equipo deportivo, un partido político, una asociación cualquiera de seres humanos necesita agruparse simbólicamente en función de uno o más colores?

Existe una razón exterior que llaman "de referencia" y explica que ese color o esos colores les permiten ser identificados por quienes no pertenecen a ese grupo. Ese emblema los segrega, los diferencia de otros que no comparten tal símbolo.

Pero hay algo mucho más fuerte que poco a poco se va comprendiendo. Es una razón interior que denominan "de pertenencia" y que está muy vinculada con lo emocional si esos colores han sido elegidos o aceptados por cada integrante del grupo. Anclada en los sentimientos desde la primera vinculación que se ha tenido con ese emblema, ha ido evolucionando para profundizarse a lo largo del tiempo de modo de convertirse de un elemento diferenciador de los ajenos e identificador con los propios.

Una bandera, escarapela, cinta, vestimenta o algo así que "uniforma", sólo es significativo si resulta de una elección, si en algún momento - como dije - es aceptado por quien lo reconoce como parte de él mismo.

Esto que nació quizá en tiempos prehistóricos de los seres humanos, o tal vez antes y en otras comunidades de vivientes, fue tomado hasta ahora como algo aprendido primero y reiterado después durante la existencia de ese ser. Pero hoy se ha comenzado a descubrir una verdad profunda mucho más importante, que también explica identificaciones con sonidos, con aromas, con todo lo que pueden captar nuestros sentidos y más aún.

Pero hablemos aquí, a modo de ejemplo, de un individuo y los colores.

Cada color que vemos - y los que no vemos pero están ahí - es una emisión electromagnética de una cierta frecuencia, dicen los físicos. Y algunas de esas frecuencias resuenan en nuestros sensores - conos y bastoncillos retinianos - para convertirse en un estímulo que llega a nuestro cerebro para modificarse, asociarse, diferenciarse, y quién sabe qué más antes de almacenarse de cierta forma particular. Pero no es solamente allí, según aseguran hoy algunos científicos de avanzada.

El efecto de cada color es captado por todo nuestro cuerpo físico de modo de provocar una respuesta mayor o menor a ese estímulo particular. Y en forma suave pero notable produce cambios en la programación vital: el ADN. Cada vez que percibimos un color, nuestra base genética se modifica un poco y luego de que eso ocurre comenzamos a ser algo diferentes de lo que éramos. Cuantas más veces se repita el estímulo, más definida será nuestra adecuación a él, tanto para aceptarlo como para rechazarlo o supuestamente ignorarlo, aunque esta última respuesta será aparente.

A medida que el tiempo transcurre - suponiendo que existe y que por eso transcurre o viceversa - nuestro ADN va fijando más profundamente esas modificaciones probablemente en forma de alteraciones genéticas y así se integra el color externo a nuestro ser. Es por eso que los más jóvenes muestran un mayor sentimiento de referencia para con el símbolo en tanto que los adultos mayores lo sienten y manifiestan con un mayor sentimiento de pertenencia.

Según tu edad síquica, ver tu bandera te provocará seguramente una diferente reacción. Si ya has compartido con ese símbolo una gran parte de tu vida, no te impulsará solamente a exhibirlo con un cierto orgullo por lo que se ha ido asociando con él sino te generará una creciente emoción que te pondrá al borde del llanto o te precipitará en él. Porque ese emblema que representa un país, un club, una asociación cualquiera se ha hecho parte de tu ser, y eso ya no puedes ignorarlo sino todo lo contrario. Ese cambio en tu ADN provoca en tu cuerpo reacciones que bioquímicamente se asimilan a ese sentimiento que llamamos "amor". Y hasta quizá darías tu vida por defenderlo.

Por esas explicaciones que la ciencia hoy me acerca, comprendo mis lágrimas emocionadas al ver mi bandera nacional, aunque racionalmente no me considere un nacionalista puro, y no me parece mal llorar públicamente cuando, aunque a algunos les parezca una cursilería, la brisa la hace flamear, plegándola y desplegándola a su merced.

Los colores de tu bandera, cualesquiera que sean, están a medida que el tiempo pasa más integrados a tu propio ser. Y no es algo racional sino absolutamente físico, por lo que la intensidad de ese cambio que fue progresivo también ha dependido de tu personalidad particular.

Del mismo modo se fijan a tu ADN músicas como el himno nacional, un tango, un vals, un reggae y sonidos como algunas voces, tañidos de campanas o cosas así. O quizá aromas y sabores a los que dices que te has ido "acostumbrando" y así explicas esa adicción.

Hoy es 20 de junio de 2012. Un buen día para hablar de la bandera que me permite reconocerme como argentino y mostrarle que lo soy a los demás. Aprendí a amarla por "costumbre", porque mis padres y maestros me ayudaron a enamorarme de ella, pero fundamentalmente porque la elegí aceptándola cada día de mi vida.

No tengo genes celestes y blancos pero seguramente algo cambió en mi secuencia original y tal vez con el tiempo alguien sepa reconocerlos en un estudio de ADN. Porque produjeron cambios en mí en aras de haber sido acompañados por el amor.

¡Feliz día de la Bandera! para todos los que han decidido cobijarse bajo un emblema y le han jurado quizá más de una vez fidelidad, muchas veces respetada y otras veces no tanto, como ocurre con todas las formas del amor.

Daniel Aníbal Galatro
danielgalatro@gmail.com




2 comentarios:

  1. MUY INTERESANTE DEANIEL, UN GRAN ABRAZO DESDE LA HITORICA ENSENADA DE BARRAGAN!!!!!!!!!!
    NANCY

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Nancy. Me alegra que te haya gustado. Un beso desde Esquel.

    ResponderEliminar