Recuerdos de mi muerte - Apunte 30 - Reflexiones
¡Hola, amigos!
Dediqué prácticamente todo el mes de Mayo para armar este rompecabezas de recuerdos sobre lo que me sucedió allá por Enero del 2009. Fueron naciendo los apuntes como pequeñas plantitas en una maceta que gracias a mi esposa pudimos juntos colocar en un lugar privilegiado de la casa. Esa maceta es, por supuesto, este blog.
Y muchos buenos amigos respondieron a esa especie de convocatoria de reunirnos a través de internet para que yo pudiera relatar y ellos (ustedes, porque seguramente también lo hiciste) leer la descripción de esas imágenes que mi cerebro almacenó como vivencias reales, aunque no sé aún si lo fueron.
Pero como dicen que lo que uno esparce con amor regresa multiplicado, así ocurrió también en este caso. Y muchos (quizá estabas entre ellos) me devolvieron sus propias historias, tanto o más extrañas, misteriosas y apasionantes, cuando anduvieron segundos, minutos, horas, vagando por esos confines de lo que llaman "muerte", cesación de la vida según el diccionario, pero quizá no sea correcta esa definición.
Cada uno de esos relatos que me enviaron fue como una especie de confirmación de que lo mío no solamente pudo haber sucedido sino que su experiencia les indicaba que seguramente sucedió.
Ahora que pude compartirlos, tales recuerdos han dejado de ser una carga algo molesta en mi mente.
Porque pese a que disfruté de cada situación por la que atravesé cuando estaba pero no estaba, cuando me había ido pero no me había ido, ya la necesaria racionalidad me había puesto en una situación de duda que me traía a la materialidad de lo real y me alejaba de la irracionalidad de lo espiritual.
Aunque algunos filósofos aseguran que la fe es algo a lo que se puede llegar también desde la razón, otros afirman que no es racional. Mitos creados para sobrevivir y no elementos reales que fundamenten algún tipo de creencias. Y creo que quienes piensan así sobrevaloran la racionalidad y se pierden la belleza de lo que llaman irracional.
¿Estuve con Dios? Nunca podré estar seguro mientras viva. Y ellos dicen que después tampoco, porque no habrá un después. Pero según Lin Yutang, no importa realmente si hay o no un paraíso después de la muerte. Hay que intentar convertir esta vida en un paraíso, y si luego existe otro, mejor: serán dos.
Escribir sobre mi experiencia, onírica o no, completó el proceso de renacimiento que había comenzado en las primeras semanas de aquél 2009. Le dio un ámbito, un espacio, una mayor solidez que la lograda almacenando recuerdos para compartirlos muy de vez en cuando aunque para rumiarlos con frecuencia en la soledad del "conmigo mismo".
Me propusieron la realización de pequeñas reuniones con amigos que querían conversar conmigo sobre el tema "cara a cara". Dijeron que tenían muchas preguntas que mi relato no había alcanzado a responder por ser necesariamente escueto. Y me pareció una buena idea, porque no es lo mismo relatar frente a una computadora que hacerlo frente a alguien tan humano como uno.
Ya veremos si esto se concreta una, diez, cien o quién sabe cuántas veces en los próximos años de mi vida, si es que duro años. Porque ya aprendí que morirse es cosa de un segundo. Como me contó una vez mi padre, alguien no muy lúcido despidió a un hombre destacado de su pueblo diciendo, compungido, "pensar que cinco minutos antes de morir estaba vivo". Por supuesto. Un segundo antes de morir, también lo estaba.
Aunque morir no es un proceso instantáneo sino que lleva varios pasos que los especialistas creen conocer bien. Y quizá uno o más de esos pasos fueron los que transité, aunque como a veces no termino las cosas que comienzo seguramente interrumpí el resto del proceso para dejarlo "para más adelante". Es que los médicos, enfermeros y demás expertos del Hospital de Esquel estaban trabajando mucho y bien, y quizá no quise defraudarlos. Y mucho menos a mi amada Olga que estaba desesperada y me necesitaba junto a ella un tiempo más. En fin, que tal vez no me morí "por no quedar mal" con ellos. O, lo que es más probable, no me morí porque no me había llegado la hora, diría mi madre, es decir, porque Dios tenía otros planes para mí.
Respecto del mensaje acerca de mi misión, ése que no comprendí cuando lo vi en la pizarrita de la carpintería después de pasar por el tubo de chapa pintado de negro, se va revelando poco a poco. Es posible que escribir estos apuntes tiene que ver con esa misión porque ha puesto a muchos a pensar en cosas que antes evitaban considerar. O les ha servido para comprender un poco mejor sus propias experiencias al respecto.
El diario La Razón publicó hace muchos años un fascículo titulado "La muerte, una costumbre de la vida". Evidentemente lo es, porque viene incluida en el "paquete" que nos dan al momento de la concepción. Está en nuestro ADN que, de alguna manera, define posibilidades tales como cuáles son nuestros puntos débiles heredados, a los que luego sumaremos los que incorporamos con nuestras circunstancias de vida.
Todos vamos a morir, a dejar esta forma de vida que hoy disfrutamos, padecemos o un poco de ambas cosas. Y he notado algo que me anticipara un amigo. Al llegar a "cierta etapa de la vida", cada vez que alguien muere prestamos atención a su edad y la comparamos con la nuestra. Y un poco nos conmueve cuando se trata de alguien de menos años, porque nos hace sentir algo como que hemos ya estado utilizando un tiempo que él no pudo usar y que "nos queda menos".
Pero cada día de esos que se nos otorgan no son para nada breves si sabemos aprovecharlos. En mi caso, el "bonus track" que se me permitió ya me obsequió tres años y medio cargaditos de días de 24 horas que han servido para seguir enseñando, para seguir aprendiendo, para seguir amando, para seguir sufriendo, para seguir... Y tal vez haya muchos o pocos más que no pienso desperdiciar.
Casi todos los nuevos seres humanos que he conocido personalmente o gracias a la electrónica son, curiosamente, producto de esos días en los que no solamente seguí viviendo sino que, además, les puse una intensidad mayor que la de otros anteriores. Y así trataré de continuar porque sería "una picardía desperdiciarlos", como diría mi amigo Mimito, el calesitero, que según los mexicanos "se me adelantó".
Tenía ganas de compartir con ustedes también estas reflexiones, un modo de dejar abierta la secuencia de apuntes porque me hace sentir que todavía podré seguir anexando nuevos. Y eso no es poco.
Además, está el grave problema de los medios de comunicación a los que la nueva ley no les prohíbe referirse a mí, fallecido, como "un sexagenario" aunque todos los que me rodean suelen decir que todavía soy joven. Evitemos o posterguemos lo más posible esa triste situación final porque seré un sexagenario pero no lo siento así.
Un saludo afectuoso como siempre, y otra vez gracias por estar ahí. Este intercambio de ideas que pone nuestras almas un poco más cerca de la piel nos hace a todos y cada uno más reales, menos "virtuales", y más "amigos", no en el nuevo volátil sentido de la palabra sino en el antiguo sentimiento mutuo de que yo soy yo si vos estás ahí.
Daniel Aníbal Galatro
danielgalatro@gmail.com
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