Recuerdos de mi muerte - Apunte 29 - Conclusión
Ya mis recuerdos más firmes y claros se han convertido en palabras, merced a estos apuntes. Es tiempo, entonces, de ponerles un punto final o casi final, Dios dirá.
Tengo a la vista las hojas en las que Olga, luego de transcurrido tiempo suficiente, volcó los estados de incertidumbre, confusión, dolor y tantos otros por los que pasó durante esos pocos o muchos días, para ella interminables.
Y, como lo hice en el apunte anterior, quizá pueda relacionar lo que ocurría al mismo tiempo en mi mente que se había lanzado a volar libre cuando mi cuerpo ya no era un lastre que la ataba a los límites de la llamada "realidad".
¿Qué veía cuando salté - dice ella - de la cama del hospital para ir a "abrazar algo"? Mi recuerdo me trae esa luz brillante que ocupaba todo el espacio a unos metros a la izquierda de mi lecho. Y surgió en mí la necesidad de liberarme para poder ir donde ella estaba. Me sentía maravillosamente bien y ansiaba que así fuera para siempre. Fue tan sólo un momento, pero cuando estaba yendo hacia la luz todo desapareció de pronto.
Cuando Olga expresa: "Y Daniel murió", no se refiere a que mi corazón dejó de latir sino a que había entrado en un estado que daba toda la imagen de irreversible. Los médicos la preparaban para el desenlace final: "su marido se muere". Pero yo nunca sentí que algo así estuviese sucediendo. Ningún sufrimiento, ningún dolor, solamente las experiencias que fui relatando en los anteriores apuntes.
Mi sensación era de paz, de tranquilidad, de libertad. Yo estaba allí, en esa clínica maravillosa, para que ellos me pusieran en las mejores condiciones de modo de cumplir la que sería mi misión. Me ponía mal que ni los médicos ni los enfermeros comprendieran el valor de esa creación del Dr Richardson, quien había instalado allí toda la tecnología de avanzada, representada por la gran computadora central, para que Esquel tuviera un lugar de excelencia en todo lo relacionado con la medicina.
Nunca tuve lo que se conoce como conciencia hasta que volví definitivamente a mi realidad días después. No tengo recuerdos de la cama dura y fría, llena de aparatos y cables, que Olga describe como escenario de la Unidad de Terapia Intensiva. Ni imágenes, ni sonidos, salvo la voz de ella cuando me dijo que Daniela, mi hija del corazón, quería que me despertara como regalo para su cumpleaños. Del resto, nada.
Tampoco me di cuenta de que compartimos la lectura de los párrafos de la Biblia, pues yo sabía que Olga estaba cerca mío pero el que leía el supuesto capítulo titulado "Moisés" era solamente yo.
No supe de la biopsia que permitió a los médicos detectar el tumor en la cabeza del páncreas ni supe de su desaparición. Si alguien me lo dijo en algún momento en que desperté, no me quedó registrado.
Lo que sí pude observar durante unos pocos minutos, con dolor y ternura, fue a ella junto a mi cama de la sala común, arrodillada en el suelo y con su cabeza muy cerca de mi cuerpo. Pero esa sala no se veía como era en la realidad y mi lecho estaba ubicado mucho más lejos del acceso a los baños.
En mis idas y venidas todo aparecía como desde mis ojos. Nunca pude verme "desde afuera" ni tampoco recuerdo qué vestimenta llevaba, aunque creo que era una camisa y un jean, pero no podría asegurarlo.
También me parece recordar algunas sensaciones producidas en mí cuando Juan vino "a cubrirme de ángeles". Fue muy breve y poco definida mi visión de una especie de cápsula transparente en la que quedaba yo encerrado y que me hizo sentir más protegido.
Cuando según los médicos de terapia se produjo mi poco esperado regreso, es decir, cuando según ellos "desperté" ese 19 de Enero, fue un acto de mi cuerpo porque mi mente seguía estando lejos de allí. O quizá no tan lejos, pues siempre la clínica primero y la sala frente a la playa que era su prolongación después estuvieron vinculándome de alguna forma con mi realidad de paciente, aunque nunca de enfermo. Yo nunca me vi mal, sino muy bien y cada vez mejor. Y en toda mi experiencia jamás se presentó la muerte, ni siquiera como una idea. Todo era pleno, vital y hermoso.
No vi a Olga entrar a la sala de Terapia, o al menos no recuerdo haberla visto. En mi mente aparece la imagen de ella con el rostro y los cabellos muy prolijos y hermosos, pero creo que ese recuerdo es algo permanente, anterior y posterior a lo que me ocurrió en esos días. Siempre, desde hace ya muchos años, está allí.
Algo que tampoco me quedó registrado luego de mi paso por el conducto hacia "la carpintería" y de la lectura del mensaje que allí encontré fue que comentara con ella el tema, según ella lo relata, Ni que le mencionara algo acerca del "canje" que relata en su versión de la historia.
Con respecto a "Joel", creo que la imagen que yo tenía asociada con ese nombre era la de un anciano, quizá el que murió en Terapia en esos precisos momentos. Pero, instantes antes de entrar al caño para pasar hacia el otro lado, se convirtió en un joven y por su vida pedí a quien creo era Dios junto a mí. Y fue ese joven que se materializó como real días después cuando ya estaba yo en la sala común de cirugía, en la cama inmediata a la derecha de la mía.
Que el lugar se trataba de un "sanatorio privado carísimo" surgió después de mi supuesta conversación con el taxista herido durante el tiempo que estuve en "la sala nueva". Pero no recuerdo haber mencionado a Olga lo de la "purificación" aunque seguramente hablé de genética, epigenética, genealogías en momentos en los que regresé a la realidad.
Tengo en mi mente una especie de fotografía en la que veo al Dr Mingo, a la neuróloga y a quien luego supe era el siquiatra del hospital sentados muy cerca de mi cama, como si hubiesen estado esperando que despertara. Y en unos segundos intenté contarles, algo entremezcladas, algunas de mis recientes experiencias "vividas". Pero luego seguramente volví a dormirme. Pero según mi esposa relata, a ella sí le refería mis historias con lujo de detalles cuando dice que yo hablaba "todo el tiempo", para desgracia de mis compañeros de sala, sus familiares, médicos, enfermeras, mucamas, etc.
Es que todo lo que me ocurría fuera del cuerpo era sorprendente, maravilloso, espectacular... Mi espíritu estaba más que excitado por tanta felicidad junta. Y quería compartir esos sentimientos con quien fuera, pero especialmente con Olga.
"Casi veinte días de internación", expresa ella en su relato, aunque para mí fue imposible medir los tiempos. Por esa razón tengo que fijarme las fechas en un almanaque en el que marcó los eventos de cada uno de esos días.
No recuerdo haber visto extraterrestres ni OVNIs aunque mis experiencias muy anteriores a esta situación especial me hacían, hacen y seguramente harán sentir que "están allí". Esa debe haber sido la causa de mis conversaciones con ella referentes a esos temas en ratos en los que regresaba al mundo real.
Y aquí termino la historia, al menos por ahora. Ante mí y ante quienes me aman, soy la prueba viviente de un milagro, la confirmación de la existencia de ese Dios en el que algunos de ellos creen y otros no. Porque encuentran otras explicaciones que aparentemente les resultan suficientes para comprender lo que recuerdo haber visto.
Yo no creo ya más en Dios, porque perdí la fe cuando todo se convirtió para mí en real. Dios está ahí, como me enseñaron desde pequeño los Hermanos Maristas en Mar del Plata. Aunque seguramente mi concepto sobre Él no es siquiera similar al que me mostraban, ni al que otros seres humanos tienen.
Mi Dios no tiene formas ni colores ni estructuras prefijadas. Tampoco lo vi en esta experiencia aunque estoy seguro de que estuvo a mi lado todo el tiempo, especialmente cuando hablamos junto al caño que me mostraría el más allá y su mensaje.
Ya no necesito la fe pues tuve este regalo que tranquilizó mi alma. Como tampoco le temo a la muerte porque ya sé cómo es y no me produce ningún miedo. Me apenaría, sí, irme sin haber cumplido esa misión que estoy seguro de tener en la vida y que creo que tiene que ver con el mandamiento bíblico de amar al prójimo. Por simple y claro egoísmo, porque si mi prójimo está mejor yo también lo estaré.
Siempre o casi siempre en mi vida me caractericé por irradiar paz. Luego de mi experiencia, y podrán certificarlo o no quienes me rodean, esa emanación aumentó cada día y sigue aumentando. Pero no soy yo quien la genera sino quien está en mi interior. Y siento que eso es bueno.
Tal vez parte de mi misión fue escribir esto. Que cierro en un apunte 29 aunque me había propuesto, tontamente, que llegaran a los 30. ¿Por qué? No lo sé. Pero "el hombre propone..."
Gracias por acompañarme. El próximo paso quizá sea convertir nuestros relatos, el de Olga y el mío, en un libro o algo así.
Dios dirá, el mío, el tuyo, el de todos y de cada uno, el de los que creen y el de los que niegan que exista. Nosotros seguiremos conversando con Él, jugando con Él, sabiendo que Él nos librará de todo mal como lo ha venido haciendo siempre. Aunque no nos convoque ninguna religión formal porque sentimos que no necesitamos intermediarios para hablar con con quien está dentro nuestro.
Esto que me sucedió produjo un pequeño golpe de timón en la nave de nuestras vidas. Pequeño porque ya estábamos cerca del rumbo que sentimos es el correcto.
Y tal vez este relato haya servido no para hacerte pensar, porque eso no es tan importante, sino para hacerte sentir cosas antiguas y cosas nuevas, o recordar tus propias experiencias en estos temas.
Si así fue, estuvo bien que lo escribiera, como ha sido ya muy valioso que Olga escribiera su propia visión de esta historia.
Hasta cada momento en que me busques.
Daniel Aníbal Galatro
danielgalatro@gmail.com
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