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Recuerdos de mi muerte - Apunte 9 - El mensaje del más allá





¿Continúo mi relato? Ahora viene lo que quizá tiene más aún de metafísico, por lo que deberemos dar un "salto cuántico" - como suelen decir por estos días quienes en realidad no suelen saber mucho acerca de lo que mencionan.

Pero para hacer pie en el fondo antes de comenzar a elevarnos, les sugiero volver unos minutos a la realidad de lo que estaba ocurriendo alrededor de mi cuerpo yacente en una cama de terapia intensiva.


Porque mi lazo con el mundo exterior fue, durante todos estos días de inconsciencia (o de otra forma de consciencia), mi amada y dolorida Olga que veía cómo me iba yendo y cómo la dejaba sola en este mundo.

Ella lo relató más que bien en su escrito "El día que él murió y yo lo vi" (una historia verídica): (http://losescritosdeguerreradelaluz.blogspot.com.ar/2012/05/el-dia-que-el-murio-y-yo-lo-vi-una.html)

y si no lo han hecho antes, en algún momento deberán leerla pues contiene la otra mitad de la historia.

Retornando a mis recuerdos de aquellos días o noches es tiempo, como dije, de bucear en una experiencia metafísica que ya alguna vez publiqué en forma deshilvanada y más que incompleta.

Luego de que la anestesista me sumiera en el largo sueño que me esperaba, sobre una camilla y vestido solamente con la bata que seguramente han visto y/o utilizado alguna vez, creo que lo primero que aparece en mis imágenes mentales es una luz brillante a mi izquierda, una luz que no tendría menos de dos metros de altura y quizá llegaba desde el piso hasta el techo de una especie de habitación contigua al lugar en el que estaba.

Tal vez fue un poco antes o un poco después de mi conversación con quien quizá era Dios, y lo que recuerdo era que yo pedía a Olga que me dejara ir hacia ella. Seguramente fue en ese momento que, estando en el primer postoperatorio, me arranqué todo lo que me sujetaba a la cama y por eso debieron volver a intervenirme para resolver la destrucción que esos movimientos de alienado produjeron en mi delicado interior corporal. Y en ese momento mi situación tomó estado público pues Olga debió salir a pedir por todos los medios diez dadores de sangre para compensar la que se había derramado en mi vientre.

Esa luz que me atraía poderosamente encandilaba mis ojos. Y sé que me levanté en la realidad o como parte de mi coma profundo. Sentía que estaba todo bien pero que debía ir hacia ese resplandor porque allí todo estaría aún mejor. Mientras clamaba a Olga que me dejara ir y sentía que algo me retenía en esa cama que no veía, de pronto todo desapareció y me encontré en un lugar inesperado.

Algo así como un pasillo en semipenumbra, en el que yo estaba de pie mirando una de sus paredes, creo que junto a una mesa de madera a mi derecha y sintiendo que a mi izquierda me hablaba alguien con voz calma. El tema, del que no recuerdo los detalles, era mi misión en la Tierra.

Estoy seguro de que yo no estaba tan tranquilo como quien me hablaba. Sentía que las cosas no se estaban dando como yo quería porque iba a morir en ese momento sin haber cumplido la labor que creía me había encomentado mi interlocutor.

Quizá en toda la experiencia fue uno de los momentos menos gratos que transité. Estaba enojado o, al menos, dolido. Y tal vez fue en ese preciso instante en que alzaba imprudentemente mi voz de reclamo a quien no dudaba era el mismo Dios cuando Él me hizo notar que en la parte baja de la pared, un poquito a mi izquierda, un caño cuadrado de unos 50 centímetros de lado atravesaba el muro comunicando el pasillo con algo del otro lado.

Era de chapa, pintado de negro por fuera y por dentro, curvado de modo de comenzar cerca mío con su boca de ingreso a 45° y terminar como a un metro más allá del muro pero perfectamente vertical.

Miré en su interior y vi, allí al final, una cortina que lo cerraba. Estaba hecha de una tela antigua, dividida al medio en dos paños no plegados. El material con el que estaba hecha me recordó a esos tapices pesados con los que a veces hacíamos con mi amigo y compañero de escuela Tito Fossati) los telones para nuestro teatro de títeres. Yo llamaría "brocato" esa tela, pero seguramente tiene otro nombre.

La cortina estaba como no muy limpia y algo gastada en los bordes, algo deshilachada, pero no demasiado.

Tampoco el caño metálico estaba en óptimas condiciones. La pintura negra que lo recubría se había ido perdiendo en algunos puntos, y quizá presentaba pequeñas abolladuras, aunque no presté atención a eso.

Antes de que preguntara nada a mi acompañante y guía, sentí que me introducía en el túnel y me deslizaba hacia la cortina. La abrí seguramente con la cabeza y recién me detuve cuando no menos de la mitad de mi cuerpo había aparecido del otro lado.

Era un galpón enorme de no menos de quince metros de alto. En su parte superior se podían ver unos tragaluces como en algunas canchas de básquet que conocí. A través de ellos penetraba un suave resplandor que iluminaba todo el lugar permitiendo apreciar qué había allí.

Era una carpintería muy grande, digamos de unos veinte metros por quince metros. Frente a mí divisaba un portón cerrado que debía ser la salida.

El piso estaba prolijamente cubierto de un aserrín claro, finamente cortado y prolijamente distribuido, dando una imagen de total limpieza. Y dos o tres máquinas también muy limpias confirmaban que sí, que era una carpintería.

Ninguna persona podía verse allí. El silencio era perfecto. Me gustó ese lugar que recorrí con la vista quizá unos treinta segundos.

Cuando finalmente miré hacia adelante puede distinguir claramente, a unos dos o tres metros de distancia, un pizarrón montado sobre un trípode. Era de esos "modelo Barbie", de unos cincuenta por sesenta centrímetros, con una plancha interior gris oscura atravesada por tres líneas horizontales pintadas de un color también gris pero algo más claro.

Estaba remarcado por una especie de crotchet o algo así, de color rosa y quizá con unas flores o dibujos pintados en otros tonos de rojo. No le presté demasiada atención al conjunto porque casi inmediatamente vi que había algo escrito en él.

Con una letra prolija como la de mi primer maestro, el Hermano Benigno, y caracteres en cursiva de unos cinco centímetros de alto, estaba como dibujado con sumo cuidado el apellido de soltera de la madre de Olga. Por algún motivo que todavía desconozco, ese "Luise" era el mensaje que quien me llevó hasta allí pretendía que leyera.

Dos o tres segundos después, cuando ya había visto lo que debía ver, sentí que una mano me tomaba suavemente de los cabellos y me impulsaba hacia atrás para que recorriera el tubo de chapa retrocediendo hasta volver a salir por donde había entrado.

En algún momento previo o posterior a mi paso "al otro lado" recuerdo haber pedido a quien no dudo era Dios que hiciera lo que le pareciera conmigo, que si debía morir estaba bien, pero que cuidara a Joel porque era joven y debía seguir viviendo.

¿Quién era Joel? En ese momento no lo sabía pero, como alguna vez comenté no sé si justamente en estos apuntes o en otros escritos, luego me enteré de que ése era el nombre del muchacho que estaba en una cama vecina en terapia intensiva, y que recién conocí cuando desperté en la sala de internación de cirugía.

Debe haber sido la vez que más cerca estuve de la muerte, del cielo, del infierno y de todos esos otros planos que muchas veces me describieran Hermanos Maristas y sacerdotes católicos pero también pastores evangélicos.

Cuando nuestra amiga Fernanda me encontró en un pasillo del hospital del día en que ya me iba de alta, se mostró muy interesada por saber qué había visto en ese momento. Se mostraba especialmente preocupada por el tema del infierno y quería saber si había estado cerca de algún lugar en el que pudieran verse tormentos, o en el que pudieran escucharse gritos y quejidos de dolor. Pero quizá la desilusioné cuando le relaté mi experiencia en la que todo era hermoso, todo estaba bien, la paz inundaba el alma con la voz de mi divino acompañante. Y que yo no quería regresar a este mundo pues me sentía muy bien donde estaba.

Luego vinieron, como ya apuntaré en estas páginas, muchas otras experiencias interesantes, menos vinculadas quizá con lo metafísico. Pero lo que "viví" poco antes, durante y poco después de mi visita a la "carpintería" creo que será un recuerdo que me acompañará el resto de mis días.

Nos reencontraremos en el próximo, si les parece. Les dejo mi saludo más afectuoso.

Daniel Aníbal Galatro
danielgalatro@gmail.com
Esquel - Chubut - Argentina

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