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Recuerdos de mi muerte - Apunte 19 - Quizá un secreto revelado


En los apuntes anteriores más recientes hice algunos comentarios acerca de mis actividades en la gran PC, comenzando por el primer programa que pude investigar en ella. Y creo que, antes de superar esta parte del relato, no estará mal darle "un toquecito más" al tema.

Antes de que la chochera que ahora llaman Alzheimer logre algunos éxitos en sus intentos de avanzar sobre mí para que se hagan reales "la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser", intentaré describir cómo se veía la información en la pantalla pues cuando regresé a este lado de la frontera pedí a Olga que me alcanzara papel y lápiz para hacer un pequeño esquema que en el futuro me la recordara. Y por aquí está.

El monitor era algo más grande que los habituales pero de tecnología antigua, es decir, un tubo de rayos catódicos con una pantalla de unos 40 por 40 centímetros. Al iniciarse permitía ingresar el nombre y apellido buscados. Luego del "enter", los datos iban apareciendo desde la zona superior y deslizándose hacia abajo. "Scrolling" llaman a esto los que saben.

Había una especie de tronco central descendente, delgado y ondulante, del que se desprendían líneas sinuosas que parecían ramas y que terminaban en una especie de islas a modo de hojas. Cada una de esas islas representaba una familia y tenía en ella escrito un apellido.

He adjuntado un árbol genealógico publicado en internet por una familia de apellido Meléndez, tomándome la licencia de invertirlo pues así resulta bastante similar al que aparecía en el monitor de la PC de Richardson. Hasta los colores coinciden.

Cuando el usuario veía el que le interesaba, hacía "clic" en él y entonces la imagen se modificaba para expandirse en el monitor brindando los datos específicos referidos a ese "grupo humano".

Podía verse la información actual pero también retroceder hacia arriba con el mouse para ir visualizando las generaciones anteriores y, si se habían cargado en la base los elementos necesarios, llegar como ocurrió con "Galatro" y con "Mingo" a etapas anteriores a la concreción de los seres humanos como los conocemos hoy. Así en esos dos casos accedí a los homínidos que el sistema consideraba eran nuestro antecesores más remotos.

No voy a cansarlos con detalles pero sí quiero mencionar uno que me resultó muy extraño dentro de lo más que raro de la situación general.

Estaban por allí mi padre y sus tres hermanos varones, pero no sus tres hermanas mujeres. De la rama de mi tío Alberto se desprendían los nombres de sus hijos aunque no había fotografías. No investigué la de mi tío Miguel pero sí la de mi tío Pascual, que no tenía descendencia en el programa pues su única hija era adoptiva, como yo sabía desde mi niñez. Pero de mi padre tampoco surgía ninguna rama. Eso significaba que yo no estaba allí, en su genealogía, y que él no era mi progenitor biológico.
Supuse que ambos hermanos, Pascual y Joaquín - mi padre - eran estériles y que los dos habían adoptado los hijos que naturalmente no podían tener.

Como esta situación de no encontrarme en la genealogía de los Galatro solamente hizo que me interesara mucho más en el asunto, algo que no recuerdo hice para ingresar más datos míos y ver cuáles eran mis verdaderos ascendientes.

En la pantalla aparecieron nombres y fotografías. Estaba la de mi madre pero también, como creo que comenté en un apunte anterior, la de un vecino conocido que vivía con su esposa e hijo en una casa "cruzando la calle". Y también había una fotografía del hijo de ese hombre, un niño bastante menor que yo que solía jugar conmigo de vez en cuando. A ambos los recordaba muy bien pero verlos allí me desorientó por un largo rato.

Finalmente, y para no extenderme demasiado en este suceso, les cuento que llegué en ese momento a armar un cuadro de situación que me pareció posible.

Mi padre no podía tener hijos pero quería que en su hogar hubiese uno. Mi madre era fértil, por lo que no habría problemas con ella. De alguna forma, mi padre convenció a mi madre y a ese vecino, un hombre muy serio, formal y confiable, de modo de que tuvieran relaciones carnales. Así ella quedó embarazada, un manto de impenetrable silencio se depositó sobre toda esa historia, y nueve meses después estaba yo siendo registrado legalmente y bautizado como hijo de Joaquín y de Margarita. Por esa razón no estaba yo en la genealogía de mi padre ni él en la mía.

En varios regresos a la "realidad" durante y después de la mi internación, comenté este hecho a Olga y a algunos hijos y amigos.

Vuelto a casa luego de mi experiencia en el hospital, mi esposa intercambió mails o se comunicó telefónicamente con mi prima, la hija de Pascual, quien quería saber acerca de mi salud. No se sorprendió por el relato y comentó algo así como que en la familia había un secreto que nunca se me había revelado y que solamente lo haría cuando nos encontrásemos personalmente, algo que aún no sucedió pese a que ya deben haber pasado 55 años desde la última vez que la vi cuando ella era muy pequeña y realmente me sigue pareciendo importante hacerlo. Cosas del destino, dicen.

¿Por qué esta información no conocida ni supuesta previamente surgió en esa computadora tan virtual como la realidad que ella misma presentaba? ¿Podía tener algo de veracidad?

En realidad se contradecía con algo que alguna vez mi vecina más cercana - compartíamos departamentos distintos en la que era su casa - y que fue mi "abuela postiza" durante toda mi infancia, me había dicho "como al pasar". Ella me comentó que antes de mi nacimiento, mi madre había estado embarazada de mellizas que no llegaron a nacer. Eso significaría, casi seguramente, que mi padre no era en realidad estéril, pues no creo que por esos tiempos, principios de los 40's, hubiese otros recursos médicos similares a la fecundación in vitro o algo así.

No lo sé. O todo fue una creación de mi conciencia liberada por la falta de suficiente oxígeno como potro desbocado que corre enloquecido de un lugar a otro de un campo irreal, o esta experiencia descorrió una punta del velo que cubría la verdad de mi origen. Quizá nunca llegue a saberlo.
Un toque curioso más. En uno de los blogs creados por Olga y que es su espacio preferido encontré hace unos momentos que mi supuesto hermanastro, el niño que vivía frente a casa, tomó su primera comunión en 1961 al mismo tiempo que otros compañeros de escuela entre los que se encontraba mi primo. Y de ambos tengo la acostumbrada "estampita" que los comulgantes repartían a cambio de algún obsequio generalmente en metálico.

Gracias por acompañarme en un recuerdo más de mi "muerte". En este caso, lo que mi memoria almacenó no es algo agradable y me conmociona cada vez que por algún motivo lo evoco. Tanto que pasados los meses dejé de incluirlo en mis conversaciones con familiares y amigos. Pero hoy era, posiblemente, el momento de traerlo a la luz para luego sepultarlo para siempre en las profundidades de mi mente.

Daniel Aníbal Galatro
danielgalatro@gmail.com
Esquel - Chubut - Argentina

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