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Recuerdos de mi muerte - Apunte 17 - Los programas de la gran PC


Las cortinas venecianas "interactivas" de las ventanas-monitores de la gran PC.
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Ya he relatado que en algún momento conocí la gran computadora que el Dr Richardson había traído del exterior e instalado para brindar servicios destinados tanto al hotel como a la clínica. Se rumoreaba que le había costado unos 66.000 dólares, lo que era un buen dinero pero que en mi opinión estaba más que justificada la inversión.

Y comenté también que allí yo era el único que parecía comprender la importancia de este elemento tecnológico pues el resto lo utilizaba más por obligación que por gusto.

Llegó mi oportunidad de sentarme en una terminal instalada en el centro de cómputos para "manejar" yo mismo ese pequeño monstruo, lo que constituyó un evento emocionante pues siempre - y quizá también esta vez - era uno de mis sueños más preciados disponer de algo así.

El primer programa que utilicé fue uno que conectaba la computadora con una base de datos genéticos gigante. El usuario colocaba allí, por ejemplo, su apellido y, si la información necesaria había sido cargada en el sitio, podía retroceder hacia atrás en el tiempo y hacia arriba en la pantalla para conocer sus antecesores.

Como suelen hacer todos los que usan un programa de este tipo, el primer nombre que ingresé fue el mío. Pero esto produjo algo sorprendente: mi antecesor masculino (mi padre) no era el que yo esperaba que fuese. En cambio, como conexión genética inmediata anterior apareció el nombre e imágenes relacionadas con un señor amigo y que, además, vivía casi exactamente frente a mi casa en Mar del Plata. Pero eso será tema de otro apunte.

Ingresando solamente mi apellido, el programa me llevó a hacer otros descubrimientos que aún me resultan muy confusos pero que retrotrajeron la historia familiar hasta un grupo de primates que habitaba en lo que hoy es América del Norte pero que en esa época era parte de la gran masa de tierra que incluía a las otras Américas y al que hoy se ve como Continente Africano.

Cuando coloqué el apellido de mi cirujano - el Dr Mingo - ocurrió algo parecido pero sus homínidos predecesores aparecieron ubicados en la actual América del Sur. Una investigación posterior que realicé ya regresado a mi casa le agregó un condimento muy especial al asunto.

La pantalla del monitor mostraba que, antes de la formación del Océano Atlántico, mis más antiguos parientes migraron hacia la que hoy es Europa, en tanto que los del doctor lo hicieron hacia la que hoy es África. Y en otros pasos de esta investigación surgieron datos que me enloquecieron aún más, si eso era posible.Ya les dedicaré el tiempo necesario para que ustedes también se sorprendan.

Esa computadora tenía algunos otros programas también espectaculares. Por ejemplo, se podía ver en ella prácticamente cualquier canal de TV del mundo. Se ingresaba a la distribuidora que uno deseaba y así el usuario se convertía gratuitamente en un cliente más de ese sistema. Esto iba a ser muy importante cuando se fuera completando la instalación de terminales en todos y cada uno de los lugares de la clínica, lo que se realizaba muy simplemente convirtiendo cada ventana exterior o interior en un monitor interactivo desde donde se podía seleccionar el programa a utilizar allí, entre los que estaban los que visualizaban canales de TV. Ya explicaré con qué facilidad se lograba esto.

En los primeros tiempos - minutos, días, horas, no sé - en la terminal que estaba en mi lugar de internación de cirugía - luego de salir de la terapia intensiva - un enfermero cargaba uno tras otro nuevos programas al sistema. Cada uno de ellos venía en esa caja plástica para cintas de video que ya mencioné, exteriormente amarilla y con un código identificatorio escrito en el lomo con un "fibrón" negro. Junto a él, en una estantería, veinte o treinta programas esperaban su turno para ser cargados. El enfermero operaba la máquina desde un teclado pero, cuando la ventana que sepaba la sala donde yo estaba del office correspondiente fue convertida en monitor, le colocaron una cortina americana delante, una de esas con hojitas - en este caso plásticas - que permiten regular el paso de la luz. Y sobre cada hojita iba apareciendo una línea de un menú que incluía todos los programas cuyo uso estuviera permitido desde allí.

Bastaba con tocar la hojita para activar el programa, pero luego verifiqué que había controles remotos para lograr el mismo resultado, lo que fue un drama para quienes me rodeaban en la realidad de mi cama, tema de otro apunte que vendrá.

Un dato más: además de cargar programas en algunos momentos del día, los enfermeros ingresaban casi contínuamente por su terminal los datos relacionados con los pacientes: estudios, análisis, controles, etc. pues una de las grandes bases de datos era la de las historias clínicas. Al final del día imprimían las más interesantes y las reunían en algún lugar para que durante la mañana siguiente el Dr. Richardson las revisara públicamente en el show que brindaba a las puertas del hotel.

Cada uno de los elementos que mencioné en apuntes anteriores y los que aquí acabo de agregar está firmemente alojado en mi memoria con sus características más destacadas: forma, color, material, etc. Y estos sucesos que se fueron sucediendo sin que pudiera registrar con precisión su cronología, tenían relaciones secuenciales y lógicas que los diferencian de los delirios que alguna vez en mi vida me produjera alguna fiebre elevada. Todo sucedía como en una película, aunque en su proceso de edición, pues las escenas comenzaban de pronto, se desarrollaban "en tiempo real" y finalizaban bruscamente.

Por ejemplo, en el tema de la computadora hubo primero una circunstancia en la que la conocí, otra en la que organicé el audiovisual, y montones de sucesiones de imágenes que aparecían mientras sucedían al mismo tiempo otras cosas. Si estaba acostado en mi cama de la clínica veía cómo un par de operarios iban "cableando" la sala para colocar los elementos necesarios de modo de transformar cada ventana en un monitor. Y yo les preguntaba a veces cómo era que eso iba a funcionar después, aunque no recibía respuestas demasiado amables.

Un detalle para cerrar el apunte. No hace muchos meses, y a través de una nota en televisión, me enteré de que en Londres han habilitado un ómnibus turístico muy especial que permite algo que inmediatamente me recordó las ventanas-monitores de mi experiencia onírica - si es que lo que me pasó fue eso. El informe explicaba que los pasajeros del vehículo van observando los diferentes puntos de la ciudad y, cuando quieren informarse acerca del que están viendo, simplemente tocan la ventanilla y esta actúa como una pantalla semitransparente en la que aparecen datos sobre ese lugar. Ese ómnibus existe realmente y creo que me enteré de eso dos años después de haber salido del hospital. Y usteden pueden buscarlo en internet para corroborar.

Estarán de acuerdo conmigo en que no era posible transcribir esta historia ordenadamente desde mi memoria al escrito. Es por eso que elegí el método de los "apuntes" que, de alguna manera, permite describir escenas aisladas para que, quizá alguna vez, las hilvane procurando un relato contínuo y algo más coherente.

Y puedo hacer eso usando la paciencia y complacencia de mis lectores, o tal vez abusando de ambas.

Busco para ilustrar esta nota una imagen de las alguna vez famosas "american window blinds" (o "venecianas") que se convirtieron en muy significativas en lo que ya relaté pero que lo serán más aún en algunos apuntes venideros. Por una imagen vale, en este caso, más que mil cortinas.

Daniel Aníbal Galatro
danielgalatro@gmail.com
Esquel - Chubut - Argentina

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